Marzo y abril llegaron con dos giros inesperados, dos golpes que me sacudieron fuerte y me invitaron —una vez más— a detenerme, mirar dentro y reinventarme.
El primero fue el 26 de marzo: el nuevo decreto legge que dejó afuera a los bisnietos del proceso de ciudadanía italiana. Fue un baldazo de agua fría, una pausa obligada a un sueño que venía cultivando con tanto amor. Lo conté en este post anterior, si quieres leer más:
Impacto del decreto de ciudadanía italiana 2025: una pausa, no un final
Y el segundo golpe llegó el 30 de abril: me quedé sin trabajo. La empresa en la que estaba no creció, no llegaron nuevos clientes y hubo reducción de personal. Así, de pronto, me vi sin empleo, justo un mes antes del viaje.
Dos hechos que parecieran desconectados, pero siento que no lo están. Como si el universo me estuviera poniendo a prueba una vez mas. Como si esta pausa fuera también una invitación a abrir los ojos, y abrir el alma.
Mi plan original era claro: viajar con la ilusión de concretar mi ciudadanía y seguir trabajando de forma remota. Pero ahora cambió el contexto, cambió el tablero… lo que no cambia es mi convicción de que algo mejor me espera.
¿Duele? Sí. Mucho. Porque todo lo había armado con entusiasmo, con entrega. Pero también sé que detrás de cada sacudón, hay una oportunidad escondida.
Hoy, más que nunca, el viaje se volvió esencial. No solo por lo que pueda pasar allá… sino por lo que me pasa adentro. Porque perder el trabajo, perder un objetivo, no es perder el rumbo. Es cambiar de carril, sin soltar el volante.
Y si algo aprendí en este tiempo es que puedo reinventarme. Lo hice una y otra vez. Lo volveré a hacer.
Porque en definitiva, la ruta soy yo.